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lunes, 6 de diciembre de 2010
¿Dónde estás amor?
¿Dónde estás, amor? ¡No vivo sin ti!
Un atardecer, cuando incendiaba el sol las cimas de los montes
y las inquietas golondrinas se entrecruzaban en el cielo azul,
mientras sonaban en la calle las risas infantiles
y una flor de geranio perfumaba mi ventana,
te vi partir.
Te fuiste por el camino blanco escoltado por árboles frondosos,
el mismo que tantas veces contemplara nuestro amor.
Miré y miré por entre la cortina de mis lágrimas,
hasta que tu sombra se perdió en un recodo del camino
sin tan siquiera volver la vista atrás.
¡Sabía que te irías!
Lo adiviné aquella tarde gris en que tus besos no quemaban mis labios,
en que tus brazos, como un nudo, se desataban flojamente por mi talle
y posabas tus ojos en los míos a la manera de un extraño.
¡No puedo vivir sin ti, amor!
Desde que te marchaste, perdió su brillo el sol,
se ha quebrado la copla del viento en la arboleda, ya no huelen las rosas…
Día tras día me llego al altozano que vigila el camino por dónde te marchaste,
por si te veo regresar,
hasta sentir mis ojos fatigados por el esfuerzo.
Están de nuevo los árboles en flor y la brisa me trae su perfume.
Hoy brilla una pequeña llama de esperanza en mi corazón.
¡Amor mío! Sé que un día volverás.
Serás tan sólo un punto oscuro en la distancia;
después, al acercarte, yo reconoceré tu cuerpo amado
y correré a tu encuentro hasta perderme entre tus brazos.
Como barre el viento del norte las nubes de abril, tu vuelta ahuyentará mi dolor.
¡Ay, amor!
¡Sé que volverás! ¡Sé que volverás!
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