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domingo, 19 de diciembre de 2010

La aventura de comerse un caqui


He de confesar que para estar segura de que escribía correctamente la palabra caqui he tenido que buscar información sobre ella; porque aunque la he escuchado y la he pronunciado muchas veces, aunque conozco el aspecto de esta fruta, su olor y su sabor, creo que nunca me había visto en la necesidad de escribir su nombre, y tampoco tengo idea de haberla visto escrita antes de ahora ( o quizás lo haya olvidado porque la memoria ya flaquea)
Como siempre, Google (vamos a hacerle un poco de publicidad gratis - aunque la verdad es que no lo necesita) ofrece abundante información sobre el tema.
La denominación de la palabra caqui procede de kaki, el nombre japonés del fruto. El árbol es también conocido como palo santo, persimonio o zapote. ¡Cuánto se puede aprender! También podría enterarme de cuales son sus variedades, de cómo se cultiva: el abonado, el riego, la poda, la recolección, las plagas…
En fin, que no viene al caso. A lo que voy. En mi huerto tengo un palo santo, y casi todos los años produce una buena cosecha aunque no reciba muchos cuidados. Cuando los caquis colorean y han adquirido un tono naranja, hay que tener la precaución de cogerlos. Serían mucho más sabrosos si madurasen en el árbol hasta el final, pero los pájaros son unos ladronzuelos, y si descubren uno bien colorado, pronto lo picotean hasta acabar con el rico manjar. Así que los guardamos extendidos bajo techo para que vayan madurando poco a poco.
¡Me encantan los caquis bien maduros! Pero es algo que hay que disfrutar en solitario, como si de un vicio vergonzoso se tratara. Si alguno de los que leéis estas líneas los habéis comido alguna vez, me entenderéis.
Un amigo mío que tiene un pequeño restaurante en la costa y sirve un estupendo marisco, les dice a sus clientes que si quieren disfrutar de verdad deben quitarse la chaqueta, arremangarse y comerse el marisco con las manos. Lo mismo pasa con el caqui. Si el fruto está bien maduro, lo coges en la mano y entonces se abre más y más, y el zumo del fruto te chorrea por ella. Luego empiezas a mancharte los labios, y la nariz, (a no ser que la tengas muy chata) y la barbilla… Al final la cara se te pone churretosa como la de un niño. En ninguna otra circunstancia de mi vida he tenido tan clara la sensación de haber vuelto a la niñez como cuando estoy comiéndome… ¿Qué digo comiendo? ¡Devorando más bien el delicioso caqui!

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