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miércoles, 8 de diciembre de 2010

Retazos*** Toulouse - Zaragoza


Nos conocimos durante el viaje de vuelta de Toulouse a Zaragoza. Acabábamos de llegar a Andorra capital y el conductor del autobús nos dio un descanso de tres cuartos de hora. Eran las diez de una soleada mañana de domingo. Todavía llevábamos los ojos colmados de la belleza de las cumbres nevadas del Pirineo. Apenas se puede resistir tanta belleza mientras por dentro te duele fuerte el corazón. Coincidimos en la mesa de un pequeño bar, junto a la estación de autobuses. Tenía unas hermosas facciones y era de cuerpo bien proporcionado. De repente, empezó a llorar. La miramos un tanto incómodas, sin saber qué hacer, deseando que se tratase tan sólo de un desahogo pasajero. Pero no fue así. Las lágrimas se deslizaban tercas por sus mejillas de ébano. No pude aguantar más. Me senté a su lado y le pregunté si me entendía. Hizo un gesto afirmativo con la cabeza. ¿Podemos ayudarte? ¿Te encuentras mal? ¿Tienes algún problema? Sí. Tenía un problema. Grande al parecer. Tenía veinticinco años y llevaba dos años casada. Había viajado a Toulouse desde Madrid para encontrarse con su marido pero él no le había permitido quedarse. Ya no quería saber nada de ella. Al llegar a la estación, ella había intentado hablarle por teléfono, pero él había cortado la comunicación. ¿Saben? ¡Me ha dejado! – nos dijo mientras seguía llorando sin consuelo. Le ofrecimos agua con unas gotas de valeriana, remedio que utilizamos para evitar los calambres en las piernas durante las largas horas de obligada quietud. Ella lo aceptó y nos sonrió agradecida. Nosotras, que volvíamos destrozadas después de ver a nuestro hermano en estado de coma por culpa de un accidente, tratamos de aliviar su pena. Verás -le dije- el tiempo calma las penas del amor. Además, no sabe bien lo que se pierde ese tonto. ¡Eres preciosa! – añadió mi hermana. ¡Los hombres son así! ¡No merece la pena sufrir por ellos!- terció una de las vecinas de mesas. ¿Sabes? Yo tuve un novio durante tres años, y de repente me dejó. ¡Y aquí estoy!- decía, intentando hacerse la fuerte, mientras el llanto pugnaba por asomarse a sus ojos.
En la siguiente parada de descanso la buscamos con la mirada y la invitamos a tomar algo con nosotras en la barra del bar. Nos comimos unas sabrosas rebanadas de pan de hogaza con tomate y jamón serrano. Bien untado el pan con el tomate, a la manera catalana. Le hablamos del motivo de nuestro viaje. Y después, de mis hijos, aproximadamente de su misma edad, del cariño que nos unía a mi hermana y a mí… De todo lo que se nos ocurría, tratando de evitar el penoso silencio y que al menos durante unos minutos olvidase su pesar. Al llegar a Zaragoza nos despedimos y le deseamos de nuevo buena suerte. Ella nos sonrió y nos besó agradecida. Ha pasado el tiempo. Dondequiera que estés, te deseo de corazón que la vida te haya vuelto a sonreir, Isabelle.

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