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viernes, 3 de diciembre de 2010
Recuerdos de infancia
Estoy en la era del tio Elías, la que está debajo del castillo, cerca del arreñal donde se crían las endrinas y salen las setas con las primeras lluvias del otoño. Estoy trillando con el Feliciano y la Margarita, los hijos de la tia Obdulia. Yo les ayudo en el verano. Voy al campo con ellos. Arrastro con esfuerzo los fajos de mies para amontonarlos en fascales y llevo la yegua del ramal cuando acarreamos al pueblo. También corto las cuerdas de los fajos para extender las espigas en la era. Y trillo. Me mantengo en equilibrio sobre el trillo, dando vueltas y más vueltas sobre la parva. Con las piernas separadas para no perder el equilibrio sujeto el ramal de los caballos y llevo una tralla para golpearlos en los lomos cuando no quieren ir por el camino justo, o si se paran a comer. Me gusta cantar mientras estoy trillando. Canto las canciones que aprendemos en la escuela, o las que canta madre. Veo en el altozano del castillo una mujer vestida de luto. Es la Agustina. La Agustina siempre está triste. Un día la vi llorar mientras hablaba con madre junto al hogar. Madre dice que la Agustina está triste porque una mujer mala le robó el marido. Yo he oído decir que la mujer mala que le robó el marido a la Agustina era su propia hermana. La Agustina los dejó en Madrid y se vino al pueblo. Después, cuando se murió el marido de la Agustina, ella se puso de luto. Una vez, a mis hermanos y a mí, la Agustina nos regaló unos cacahuetes muy grandes, muy grandes. Al ver a la Agustina en el castillo, yo me acuerdo de una canción que canta a veces madre y me pongo a cantar:
- … habia una señoriiita, hijaa de Antonio Moreno que see llama Agustiniiitaa. Padree que malita estooyy, padre me voy a moriiir, andee, dígale a Redondo que see venga a despediiir. Y suu padre le conteesta, con paalabras que son éeestas, aunque te mueras mañana, Redoondo en casa no eeentra…
¡Qué hombre tan malo! -pienso. Mi voz sube clara desde la era hasta el castillo. La Agustina escuchará mi canción. El Feliciano me oye cantar y se ríe, con esa risa que tiene tan torcida, y me dice: ¡Anda, canta, canta otra vez la canción! Al mirarlo, sé que estoy haciendo algo malo, me da vergüenza y callo. Se oye el pitido y el lejano traqueteo del tren. La Agustina baja del castillo. ¿Habrá subido para ver el tren? El tren se lleva y trae muchas cosas. ¡Ojalá el tren se lleve hoy las penas de la Agustina!
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